martes, 23 de diciembre de 2008

La langosta: dos invasiones de Enrique Piñeyro.


Fueron dos, si la memoria no me falla: primero en el 33 o 34, y la segunda en el 38, las invasiones de langosta que padeció por entonces nuestro país. Recuerdo los comentarios de los mayores, sobre la tragedia que amenzaba nuestra república, con la presencia de la langosta. Ese bichito que no pasa de cuatro o cinco centímetros, voraz, que asolaba sembrados, árboles, jardines y viñedos y atentaba contra la economía de un país entero.
Ya había "devorado" todo lo plantado en el sur de Brasil, venía del Chaco paraguayo y amenazabacon entrar al Uruguay. Las "mangas" de langosta iban al capricho del viento, pero eran inexorables al momento de la invasión. Se las veía venir como una masa informe, oscura, como una nube que presagia tormenta.
Recuerdo que las había de dos clases, saltona y voladora. Ignoro de cuál de las dos eran las que se instalaron en Pocitos, lo que se había anunciado con la debida antelación y el horror de las personas mayores. Cuando llegaron y se instalaron, y fue por varios días, la verdad que fue aterrador.
Mi experiencia personal fue singular. Una tarde de verano salimos a la calle y todos los jardines y terrenos que nos circundaban se hallaban invadidos, tapados, por la "manga", mientras su zumbido nos aturdía con su constante agitar de alas. En pocos minutos un árbol, un transparente, quedaba reducido al tronco. Con mi primo Alfredo, pasado el estupor del primer momento y luego de oír algunas advertencias con respecto al peligro de los "monstruitos" nos entró el interés "científico" por investigarlas. Y a ello nos abocamos, munidos de un par de guantes y pañuelos y portando una caja de zapatos para guardarlas.
Nos acordamos del terreno donde se hallaba ubicada la cancha de Trouville--en desuso- en la esquina de 26 de Marzo y avenida Brasil y allá fuimos. Vimos trabajar a la langosta en su apogeo. Aparte de que nos golpeaban de continuo, seguían implacablemente su devastación. Nunca he vivido una experiencia semejante. Llenamos la caja y salimos rajando, asustados.
Siempre que suceden estas cosas hay alguien que pretende sacar ventaja o, por lo menos, burlarse del prójimo. Es lo que sucedió, según se contaba en mi casa.
Apareció en la prensa un aviso donde se anunciaba que mediante la entrega de una módica suma, enviada por correo, se recibía a vuelta de correo un aparato infalible para matar langosta. Los incautos que enviaron su pedido, que fueron muchos, recibieron efectivamente un lindo paquete muy bien envuelto conteniendo una tablita y un martillito. Y las instrucciones. Se decía que debía poner al bicho en la tablita y pegar un golpe seco con el martillo. La langosta perecía irremediablemente.
Excuso decir que el verano pocitense fue lastimoso. Completamente invadida la playa con la langosta muerta, las aguas conservaron durante varios días a los bichitos flotando. Huboq ue esperar una fuerte sudestada que limpió e agua. Pero en la arena varias cuadrillas de la Intendencia, rastrillo y pala en mano, juntaron montones de langostas.
Nunca olvidaré mientras viva, la impresión que recibí al entrar a la cancha y verme completamente "rodeado" de esos bichitos, con su batir impresionante y el zumbido ensordecedor.

Enrique Piñeyro, La langosta: dos invasiones.
Crónica de Pocitos, Montevideo, octubre de 2006


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